Propagando mi intervención ciudadana

 




Nunca he sido alguien que juegue o vea partidos. Cuando era pequeño, antes de cumplir siete años, iba en la espalda de mi padre a los partidos del Futebol Clube do Porto. Le gustaron mucho. Siempre me gustó mucho. De mi padre. Desde temprana edad aprendí a valorar la alegría de los demás. Y notando la tristeza, escrutando el esmalte de las sonrisas, els para evitar la compasión ajena, obligados por ellos mismos a ocultar, a veces la enfermedad, otras veces el miedo, la vergüenza, la falta, el hambre y la ausencia de libertad. Aprendemos de los demás, te diré cómo, observándolos con atención, gustándoles, interesándonos por ellos, estudiando sus gestos, sus detalles, su mirada, el matiz de su voz, la altivez o humildad con que se esconden o se revelan. Es fácil conocer a los humanos. Los animales los conocen bien. Y también aprenden de ellos, jugando el mismo juego. Algunos lo pierden todo en los juegos que son conductuales y adictivos. Otros se ganan la vida con los refranes. Otros incluso ruegan a los guardias del casino o a los guardias de seguridad que no les dejen entrar, que su adicción es más fuerte, que la desgracia les sigue hasta allí, que tengan piedad y les impidan entrar a esas salas y yo recuerdo Las Vegas, por las películas que me llegaron, que esas salas aquí empezaron siendo máquinas de pinball y así, que inicialmente eran lugares para matar la ociosidad y conocer gente. La gente que aprendió a perderse en las conductas desviadas de la televisión, acaba de emitir un informe resumido, en dos frases, ignominioso y probablemente falso. Lo cual es como decir estadística, pero quienes entienden eso son los economistas y por supuesto los aritméticos de la estadística que miden estos comportamientos regulados por muestras que quieren comprobar un determinado hecho. Y el hecho, ahora, está confirmado. Drogas y alcohol, el instituto que los mide refiere, en su figura del presidente, que en el pasado, como diciendo, hace mucho tiempo, había más fumadores, había más alcohólicos, había más agresividad, había más rock n' roll, pero Negreiros, un profesor de conductas desviadas, al que leí cuando estaba en la universidad, contradice el descenso del consumo, que ha ido aumentando con el tiempo, eso lo dijo en 2004, pero en la tele dicen que no, que lo que ha aumentado es el consumo de juegos online, que ha disminuido el consumo de tabaco, que ha aumentado el consumo de analgésicos psicoactivos y que ha disminuido el consumo de marihuana y de hachís. El consumo de comida rápida debe haber aumentado porque está de moda, la Coca-Cola, en fin, todos los refrescos que nos enfrían los sentidos, que nos adormecen el alma. Y digo que las drogas duras las consumen las élites que encuentran la manera de adquirirlas, que las drogas blandas son más accesibles y si son menos consumibles, usemos la expresión de normalización, es porque cada vez más vendedores de esas drogas de fácil acceso son detenidos y aumenta el consumo excesivo de bebidas baratas, caseras y legales y, cada vez más, si no fuera por la seguridad vial en épocas de aniversarios y eventos que se presentan, tendríamos muchas más muertes y accidentes que lamentar, muchas más mujeres muriendo en sus casas, muchos más adultos y personas inocentes muriendo por causas naturales, por consumo excesivo de alcohol, en las salidas de las autopistas de todo el mundo. Porque vivir en sociedades profundamente moralistas basadas en la precariedad excesiva no combate las anomalías, las disfunciones familiares, donde tener como meta emigrar o implosionar no son opciones, la violencia crece y se aprende y genera más de lo mismo, no podemos engañarnos, y no hablo solo de noches, de fines de semana, hablo del escapismo al que recurre la gente para no morir deprimida entre el hambre y la guerra, de medicamentos producidos en farmacias, todos estamos drogados con antidepresivos, que es lo que sirve para el egoísmo y la gota, para la zona y la micosis, debe ser grande la competencia de los influencers masivos, que simplemente demuestran un vaciamiento claro, evidente y masivo de proyectos futuros comprometidos y empeñados ayer y hoy, donde no hay espacio para soñar, tener metas de crear empresas, ser creativo, qué vergüenza, qué deshonra para la familia ser actor o cualquier otra cosa, es mejor ser blando, mejor ser sensato, callado, deprimido y frustrado, porque eso, sí, te da callos y origen de nuestra performance humana, tener paciencia para atrapar y callar, sin tener que pagar impuestos que sustenten la realeza (regalías privilegiadas), de no poder comprar, alquilar, arrendar, solo compartiendo, casas, departamentos, incentivos habitacionales, compartir el dolor con una copa en la mano y un hombro que entienda, porque ahí va lo mismo, en una identificación clara, transversal, por desgracia, donde solo los de arriba, permita la jerga, pueden salir del lodo, o quedarse ahí estancados, para saber lo que es, para experimentar la alarma de ser marginados, que deben estar de moda, deben ser top, para ser parte del mercado de paro, como canta Deolinda, qué necios somos todos, y el molde del moralismo excediéndose y disfrazándose de modas y populismos, para espantar la verdad. De hecho, somos productos y productores de precariedad cuando permitimos que la mentira progrese en los modelos sociales y políticos que nos representan. No hay manera de evitar la bola de nieve de la apatía y la complacencia, del funcionalismo y la burguesía. Salven a todas las ratas de sacristía, la histeria del hombre nuevo que, repitiendo mil veces una mentira, jura que daremos a luz la verdad. Empecé el texto para hablar de mí y termino hablando de todo aquello que se interpone en mi camino, que se escapa de mi boca por lo verdadero y crudo, por lo desnudo y alejado de las apariencias, la sociedad de consumo inmediata, entre revelar y admitir, o callarlo y apartarlo porque alguien vendrá y limpiará el desastre que armamos, un día de estos. No hay coherencia, no hay interés en cambiar, lo que importa es animar a la gente, lo que importa, hombre, es dejarles olvidar, que la gente es estúpida, solo critica y no complica las cosas, se callan mientras usan guantes de seda para producir estos verbos para llenar como puntos calientes y lograr participaciones, como ser mejores y más grandes que el otro, se enseñan a competir y a no pensar, o por educación a callar, callarse la boca, es mejor decirlo todos los días, gritar si es necesario, pero callar es ser cómplice de un sistema maquiavélico, para mantener y engordar la mentira vacía y vacua, que desfila en los centros comerciales de Massamá o Alfena, no importa, es todo el mismo problema, esconderse no resuelve la punta de nada, solo nos hunde y nos ilusiona sobre el futuro, para aumentar las enfermedades mentales, para construir, para los niños que creamos, la raíz del mal. En lugar de educar para cooperar, es para competir, suena mucho más chic, ¡diseñador! 
Que crezca la envidia entre los pobres y abunden los proyectos en las pequeñeces y en la astucia, porque así estamos todos más seguros, ellos y nosotros, en "colgar" la vida en pequeñas pausas y sin hacer alboroto, que se aumenten los sueldos para comprar empleados, que se atribuya el voluntarismo y que todo se cambie en esa inversión que desayunará Neptuno, que en español, creo, es desayuno, para rimar con la desgracia de la falta de verticalidad.
Comencé el texto para hablarles de justicia, porque me considero víctima de esquemas, pero el abono de fondo es el mismo, cubrir el desastre del dilema con alfombras de lujo. ¡Que hay cooperativismo de clase, familiar y de muebles, pero no empatía sistémica! Con nuestra boca, nuestros ojos, nuestros oídos, mostramos que estamos aquí, con la escoba lo limpiamos de la vista, de manera rancia y moralista “vanguardista”, para ocultar, disfrazar la violencia que crece ante nuestros ojos. Somos artistas de la taza, no me extraña para nada que en lugar de personas tengamos máquinas emperifolladas sustituyéndonos en el restaurante, en el supermercado, en el coche (ahora incluso es dispensario), en la brisa de la autopista. Y que los verdaderos artistas renuncien a los elencos, a los escenarios que habitamos, por error. Tres minutos de fama, anda, que le valdrá de aquí a que se ponga el pijama, porque mañana veremos si el chaval ha aprendido tacos que compensen las cervezas y los posteos de imágenes que en Tik Tok le dan al país un stock de imbéciles a montones! ¡La locura por negar las evidencias se ha apoderado de las vidas de los portugueses! Somos la misma manada, la culpa no es de los niños, es nuestra, por callarnos y consentir la mentira que se produjo. He fumado unos cuantos porros y os puedo asegurar que hay que tener cara de pocos, para decir que el bronce es plata, que una onza de oro vale 2900 euros, ¿no sería un caso de exportar onzas a cambio de sabiduría y constructores de una nueva realidad, sin máscaras, sin creencias, sin ratas ni monjas de sacristía? ¡Sería divertido! ¡Lo sería!
Termino el texto diciendo únicamente lo que pretendía al principio. Porque los inocentes pagan por los culpables, porque la violencia se esconde y se compra en cenas a puerta cerrada, por conexiones y sobornos se están produciendo los sinvergüenzas, y todavía habrá un accidente, que preveo, adivino en mi bola de cristal, y el Estado tendrá que pagar mi cortejo fúnebre, para no archivar a la ligera los juicios por violencia doméstica, para no crear mecanismos subrepticios y poco transparentes para incentivar que las personas se conviertan en artistas en el arte del fraude y el engaño. ¡El terreno está propicio para los populistas y para la condición extrema de producir hipocresía como jabón! Como decía Mário de Sá Carneiro y cantaba Trovante, cuando muera, pegad a los taxis, arrestad a los tansos, porque quiero ir en burro! Ese día, cuando me veas en una caja, no llores ni seas malo, me enviarás un fax sobre el estado enfermizo del país, a ver si vuelvo y te caigo con un rayo, antes de que Neptuno lo arruine todo, o Trump, con sus heroísmos de mierda, empiece a armarse con tortugas.

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