Querent intercambió en silencio






En su profunda desesperación, confundió lo místico con lo religioso. Pero la fe era la misma. Que la respuesta vendría, en forma de milagro, de sí mismo y hacia él. Había pasado su vida en silencio escuchando a los demás. Sus vidas y su confusión.

 Los balances y los sueños que construyeron. El diálogo era algo inventado a la hora de comer, para entretener a los niños en los platos y al final de los tiempos. A veces respondía a las preguntas que se le dirigían con frases, pero la mayoría de las veces, ni siquiera hacía un monólogo, no lo usaba, sola en los vestidores, en la limpieza o el orden de los espacios, en la conversión de una casa. La casa de tu familia. La presencia sin palabras, sin quejas y lloriqueos, sin risas ni carcajadas. Se reservó la comunicación a sus pensamientos. El otro barajó y volvió a arrastrar los pies. Le dio una mirada como: las vidas son todas iguales en su límite inferior o superior. Y Rosaline suspiró, respondiendo a la mirada con un: Sé que puedes leer mi miedo.

 - Las cartas barajadas se han roto y se han dado a muchos sin importar tu miedo. El adivino los dispuso en dieciséis casas. Tomó una nueva baraja de cartas, esta vez más pequeña, y le pidió a Rosaline que las rompiera de nuevo. 

Rápidamente, Rosaline decidió entregarse a los pronósticos del otro lado del país. Dios, madres de santos o arcanos, todos los que pudieran acudir en su ayuda serían bienvenidos.


No le había preguntado más que: ¿De verdad quieres saberlo?

Y Rosaline, esposa y madre de hijos, arrepentida y temerosa, rompió a llorar. ¿Qué le daría el destino sino la mala noticia de lo que estaba viviendo en ese momento? Pero Nena, la misteriosa mujer, no pudo oírla llorar y arrojó los mensajes de las cartas en un insulto gallego que hizo que la llorosa mujer se detuviera a tiempo, enjugando las lágrimas derramadas mil veces por un pañuelo nuevo y recién arrugado. - ¿Es ingrato el amor? No se queda atrapado en una caja bien mantenida. Le dijo que se fuera demasiadas veces. Que se fue, pero no se fue para siempre. Vas a experimentar el calor, y mira, no es algo reciente.

Es una experiencia afectiva. No hagas la maleta. Y no firmes los documentos. Ya sea un divorcio o un tribunal. Mantenga los activos en otras cuentas, a otros nombres. El otro querrá sortearlo justo después. Y hablar, hablar, conquistar. Ve y atrévete a pasar por la renovación de la mujer. Que tiene varias temporadas.  ¡Eso sí, no te los dejes todos colgados en la cara! Y lávate la cara con mar.


-¿Cuánto te debo?

Se fue a toda prisa. Como si huyera de él, el benefactor que la había arrasado. Más que un marido, era el compañero habitual, de confidencias casuales y confidenciales, de rupturas y contratos, de discusiones y puntos de vista compartidos. ¿Qué hacer con todo el vacío que llegó a su boca, en forma de acidez estomacal? ¿En qué me había equivocado? ¿Dónde lo había perdido? Y en el fondo, Rosalina sabía que el amor no había terminado. Todavía se refugiaba en su costado izquierdo, en una especie de amuleto, su rostro, su nombre idolatrado. José Duarte. Y a su lado, con premonición, el rostro de una joven a la que no debía nada, ni siquiera la pérdida de su marido, con el que ahora compartía cama y los momentos de la vida ausentes en la suya. Quise gritarle, pero no salió ni un sonido de la glotis. Intercambiado por alguien sin complicidades, sin afinidades, sin mensajes y sin pasado. Cambiado por un vestido más corto y atrevido, por un pelo más artificial, por una imagen de marca sin marca. Por una mujer sin escrúpulos.  No, cambiado por un momento de desesperación y soledad. Intercambiado a petición suya, por su marido. Y ahora, al llegar a esta encrucijada de la vida, juró ante el mar que cualquier voto de amor abnegado era en vano. 

Cualquier milagro, ficticio. Juró ante el mar romper el silencio de siglos y pidió el coraje de construir la promesa contraria a su naturaleza. Sin apelar a Dios de ninguna religión, ni a arcanos mayores. Tenía que reconstruir lo que había perdido.


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