Tornillos adicionales




La gente dice que no siempre es prudente que les falte un tornillo en el pequeño juez. Digo que tiene una más, que cuando Dios concibió a esta hija, se olvidó de él por las cabezas de otros que no sienten la brisa de la tarde barrer las hojas de otoño y no admiten que la vida es ese breve paso de momentos que vengan algo en nosotros.

Eduarda, nombre ficticio que cuenta una Hermosa historia de vida temprana. Su madre murió pronto, tan pronto que ni siquiera había aprendido la palabra madre, y su padre es uno de esos hombres rudos del campo, que caminan con una bolsa al hombro y recogen las noticias dobladas debajo del colchón, desconfiados como están de los bancos. Y cada vez que cuenta esta historia, lo hace con la emoción de revivirla y contarla por primera vez. Había un gato, visto, como ese por todas partes, que maullaba y se embellecía en los reflejos de las ventanas o en los balcones. Eso gato, Miúca, como tantos otros, solo se enamoró de Emilia y solo en este regazo se le permitió dormir y ronronear. Emilia, una buena señora, de sus 72 años pasados a favor de la comunidad. Sin hijos ni marido, se acercó a todo el mundo y, desde perros hasta mendigos, dio cobijo a todos. O un plato de sopa de frijoles o cinco mil-réis o una palabra de consuelo. Era conocida por su tía Emilia da Buraca. 

 Eduarda, porque le parecía gracioso, porque veía a su madre en aquella mujer menuda y menuda, se apoyaba a menudo en la puerta de su tía, y terminaba sentada. La buena señora cuidaba de todos y era apreciada por todos. Miúca dormía a los pies de la cama. Cuando llegaba la mañana, Emilia empujaba las mantas y allí buscaba a tientas en el suelo sus zapatillas para ir a hacer el café y poner en marcha el caldo. Miúca se frotaba las piernas. Y bebió a su sombra todo el día santo. No, no era un gato como los demás, parecía más bien un perro. Sus declaraciones eran las mismas, pero el alma de este gato, su tía la había hechizado. 

Eduarda llora al recordar la enfermedad que se le apareció y la llevó a permanecer en cama hasta que murió 3 meses después. Los vecinos acudían en masa a poner el caldo a trabajar, a trillar el maíz, a rezar el rosario con ella después de la cena. Cambiaron las sábanas y la pobre tía la levantó de la cama con gran cariño. Y luego dejarse envolver por el olor fresco de las sábanas cambiadas. Emilia sabía que estaba cerca de su turno. Y yo quería encargarme de todo. La que no tenía a nadie y nadie la tenía a ella, que sabía firmar con su nombre y poco más, con un ajuar enorme. Mandó llamar al vicario y al señor Lopes, el abogado de sus amigos, y acordó que la casa sería para su hija no nacida, Eduarda, y el pedazo de su tierra sería para hacer un hermoso jardín para los niños, y el resto se daría a una asociación de cuidado de animales. Todavía garabateó su firma y un suspiro se dibujó de esta quietud, de casi 4 meses sin levantarse. Pero no fue la última.

Insistió en decir que quería ser enterrada en el cementerio donde estaban los restos de sus padres y que quería caminar desde allí hasta el cementerio. No quería coches.


- Pero tía, todavía es un poco de paseo y tal vez la tía no se levante allí, cansada se pone, dijeron bromeando.

Ella frunció el ceño y con una mirada de incredulidad agregó: Eso es todo lo que pido, mi hijo. ¡Eso es todo, qué cansada sigo aquí y sigo siendo una mujer para hacer la montaña sola y esperar a que venga la muerte para saltar! Solo siento lástima por Miúca, ¿qué será de él? Eduarda, sé que cuentas, pero ¿dónde va a dormir, si no es en mis mantas?

"Mi tía, no te preocupes, el gato tendrá alojamiento.

Emilia partió la víspera de San Martín. El funeral salió de su casa en carro hasta llegar a la carretera nacional. Cuando llegamos, el coche que transportaba a la tía retumbó y se detuvo. Nadie pudo sacarlo de allí. Remolque solamente. Teixeira da Póvoa tomó otro auto que corrió la misma suerte. Roncó y se detuvo.
—Arre —enmendó Manel con la gruesa cartera -que sigue siendo terca su tía, incluso después de su muerte—.

Pues bien, la tía fue a pie según lo acordado y por la ley de la fuerza. En los rostros de la mayor parte del vecindario, el bagazo brotaba de los ojos, mezclándose con el clima lluvioso que había estado cayendo durante unos buenos 5 días. Eduarda, todavía con el delantal de su tía, se seca una lágrima obstinada con el borde y dice:

-Lo peor fue incluso después del funeral. Busqué a Miúca, a mí y a la gente de Buraca y nada. Fuimos a buscarlo al horno. Muerto. El veterinario le aseguró que llevaba unos días muerto. ¿Suicidio?
Era un dolor que le fue dado, él y su tía eran almas confinadas, vivían solo a la sombra de la otra. Eduarda, a quien la gente cuida menos, donó la casa a protectores de animales. En Coreixas, en Peroselo, en Riba funda, en Moinho de Moinho hasta el día de hoy no saben que la donación fue hecha por Eduarda. Ella que tiene un tornillo extra.

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