Los Mercenarios 100 Culpa
Algunos creen conocernos. No. Conocen nuestra connotación distorsionada. Es decir, la interpretan a la luz del primer término que le dio significado. Somos eficaces. Autodidactas para alcanzar objetivos. Somos guerrilleros en nuestras propias causas. Dicen que somos desleales, traicioneros, que nos vendemos. Que vendemos causas. Personas. Situaciones. Conflictos y su resolución, planes y estratagemas. Empresarios también. Todas las profesiones también, todos los actores, en todos los escenarios. El tema es transversal.
Habitamos países, ciudades, lugares, casas y personajes, comercializamos identidades, llenamos archivos de píxeles, tenemos muchos nombres, nos llaman de muchas maneras, no pertenecemos a nada ni a nadie.
En las sociedades, somos sombras durante el día, manchas por la noche; comemos, dormimos, existimos, dicen, creen, pero no nos conocen. Nos quitamos nuestras sombras por la noche, encarnamos la mancha en las calles, vestidos como casi todos los demás. No pueden decir nada de nosotros, salvo lo que cada uno de nosotros es, lo que quisiera ser o lo que cree que podría llegar a ser. Intentan avergonzarnos con sus vergüenzas personales. Se atreven a chocar con nosotros, a intentar leernos la mente, cuando nos miran a los ojos. No sucumbimos a los láseres. Ni al plomo. Ni al acero. Somos casi virtuales. Quieren contratarnos, despedirnos, atrincherarnos, marginarnos y, en última instancia, anularnos, como si fuéramos un simple invento creado al final de un sábado, por capricho, por aburrimiento e incluso por omisión, creyendo que pueden eludir la responsabilidad. Vivimos en riesgo, al límite, aceptamos las convenciones, las nuestras, por supuesto. Creen reconocer en nosotros la capacidad de sobrevivir a lo mortal, pero después de usarnos, quieren borrarnos. Usan y abusan de condiciones perennes que consideran inertes. Esperan el resultado de su caso para provocarnos el llamado apagón. Nos reconstruimos. Elegimos nuestros propios caminos y causas. No nos vendemos. Compramos la libertad de pensar y de forjar nuestro destino, o como prefieran llamarlo. ¡Por la vida!
Los estudios culturales, militares y sociales afirman que somos la segunda profesión más antigua del mundo.
Guardamos silencio y, a veces, ignoramos las designaciones y, con ellas, las supuestas opiniones, desarraigadas. Quienes no nos conocen siempre tendrán algo que decir sobre nosotros. ¡Somos mercenarios contra el orden que quieren establecer, por encima de nuestra voluntad y más allá de nuestra elección! ¡Somos eficaces, estratégicos y no buscamos fondos! Lo que buscamos, y cada uno lo hace a su manera, es sacar a la luz las mentiras y encender las luces del lodo que nubla a la humanidad, en esta especie de smog londinense en el que caminamos. Estamos aquí. Seremos imparciales y derrochadores al exponer las fábricas de mentiras. No comerciamos con libertades ni derechos. Al contrario, nos aseguraremos de que no se pierdan en medio de una condescendencia contagiosa y una hipocresía social repugnante.
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