The best among the rest
Y así fue. Algún día. Luego un mes, luego un año.
Y mi amor, han pasado veinticinco años y sigo en esta cola, esperando que Cronos venga y resuelva este anhelo. La abuela Bina solía decir: - ¡detrás de esa montaña, siempre hay una más alta! Pero también dijo que: si es amor, ¡no hay mejor! Y añado los otros faroles de la sabiduría, que el tiempo apaga los pequeños fuegos y hace crecer los más grandes. La abuela nunca cambió al abuelo Rodrigo y él podía venir con cien mujeres en el pelo, doscientas en su mente, pero siempre sería él, Rodrigo. Y así eres, así te quedaste. Y muero declarándote, o si no me quedo vivo, y les pregunto cuál es el propósito y espero la respuesta, aunque llegue tarde, aunque llegue en el último aliento, siempre serás tú.
Me entristece el recuerdo de ti, aún cálido, del volcán que conocí. Me ablandas. Tu dulzura e inteligencia, siempre juntos, siempre conmigo. Y pueden pasar otros veinticinco años, siempre sabré reconocerte. Cuando caen las tardes, cambian las estaciones, ladran los perros, me encuentro en la oscuridad, con los ojos dos linternas, proyectando nuestra película en el techo. Me entristece el amor que te tengo y te comparo a Adérito y a mí con Almerinda, en la ventana, sondeando el ambiente, inquieto y atento.
En la olla de tres alfileres, arreglando el caldo, preparando la merienda, pasando el filtro sobre los posos de café, con el televisor bajo para no molestarlo. Y como compañía, al filo de este tiempo extraño, me cobijo con ellos, los gatos, la música y la espera. Dicen que vemos las cifras, cuando ya hemos muerto, yo digo que sí, he muerto más de mil veces, mientras te espero. Moriré mil más.
Eres una de esas montañas que no mueren, incluso cuando todo el mundo cree que ni siquiera existes. Ya no me importa lo que piensen y quieran los demás. Siempre serán extraños en mi viaje. No son más que cifras. Seco las lágrimas de añoranza en la hoguera del viento que me quema, mientras reconozco que no sé olvidarte.
- Abuela, ¿todavía hay amor en el horno? ¿Todavía está el abuelo Rodrigo en su pecho?
Y ella me sonríe, complaciente y amable y me acaricia el pelo y me duermo, una vez más, con su padre en la pared, mirándome, en una mezcla de curiosidad y admiración. Él sabe lo que es el amor. Saben que el amor es un estado permanente de compasión y resiliencia, de comprensión y espera. Tal vez por eso te elegí entre los mejores, los mejores, lo que se hacen los pro sides de Tabuaço.
La piedra que guarda el registro en la torre de Tombo, base del principio de los tiempos, la estructura templada con cariño. Eres mi piso, las paredes y el techo. El refugio, el manicomio es mi dialecto. Incluyendo encontrar más intimidad en el dialecto de su abuela Bina, que es gallega. Y cuando te digo que después de ti, nada más, cree en mí. Después de ti, solo el tiempo de mi espera y tu retraso. No, ni siquiera eso. Después de ti, nada más.
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