BRILLO BRILLANTE SOBRE PURPURINA





 Un día creemos en todo. En el olor del mar que permanecerá, mucho más allá de nosotros, en el sol que se pone cada día, y que promete continuar. En un día en el que todo es alegría. En un día, en una hora, en un segundo. Y cerramos los ojos. Y así es como capturamos la esperanza. Como una ola, luego otra, y otra, hasta que son siete y llega la más profunda, la que nos hace adivinar a Neptuno en el fondo del fondo de las aguas más pesadas de todos los océanos. En las profundidades del fondo, como si fuera el vientre húmedo y oscuro de la madre tierra, donde todos los sueños chocan, explotan, nacen, el vientre del mundo. Capturamos la alegría, como si volviéramos a ser niños, la risa, la risa fácil y el simular que el tiempo no se nos ha escapado. Y el tiempo, ese malvado que entra en la fantasía, fingiendo ser borrado, ni tiembla, ni se ablanda, ni se oscurece, en el roce de los ojos que acaban de cerrarse y han pasado diez años, veinte años, no sé, que se me escapen los dedos, que me quede triste y que se me añada la lengua dentro de la glotis, ¿qué es el tiempo sino este palpitar de sienes, en este parietal de blanco, al trote, corriendo, extraviando los toldos, los postigos, los hule, los barcos, las anclas, los bordes, los pliegues, los lunetos,  las líneas loxodrómicas, las plomadas, la brújula, los cohetes, las guadañas, a babor, en este rezumar y no morir, en este apagar las luces, En este pasillo de sombras, en una cubierta de un puerto donde, años antes, quemamos rollos de fotografías, de la banda, del sueño, de la música, de las portadas, del maldito día de la entrevista, de la cita en la radio local, en el festival de radio, a la hora de hablar, que debería haber sido la hora en que debiste haberte callado,  o he oído mil voces que ahogan las tuyas, que se imponen al timbre amado de tu voz, del contenido, de la intención, de la forma en que salió, de repente, La desafortunada declaración que apagó la luz de mi sueño más hermoso, que era, después de todo, el callejón de concreto donde nos perdimos. Nos perdemos a nosotros mismos. Eso fue todo. Un todo que nos robó los sueños, ese mal del tiempo que nos rescató del infierno de los otros, de los escombros de los otros, de la malicia de los demás que fuimos en la ola de los que se apoyaban en nosotros, que se quedaban a dormir y se despertaban, encendiendo velas, pasando horas, mutilando escamas y espermatozoides y una fantasía de cepillarse las alas. Y te despiertas y estás muerto. Empalado. Detonó. Ensimismado. Pretender una vida que es aparente y consumible y sabes que te quedas con la noche de insomnio de los que insisten en quedarse en el pasado o de los que, al no poder, se empujan hacia el futuro posible, donde la soledad no es el precio de la desilusión, o donde la soledad es, al fin y al cabo, lo que merecemos, como castigo, el amigo que habita en nuestro interior que nos acompaña en el café amargo y ya frío. Las mazmorras del castillo donde me escondí siguen llenas de muros de viento, de las bordas de enemigos y buitres que en días de tormenta pasan y chirrian, como el día que me vi obligado a mirar la foto con detenimiento, los detalles, las minucias, hechas jirones, la astucia del zorro, del buitre, del engaño, de la princesa,  Esa vaca de Burdeos que te iba a poner una venda en los ojos, esa venda en los ojos que se quedó en tus ojos durante treinta años, ¿por qué no cuarenta? Ese regalo del fado prestado, del vecino de al lado, ¿por qué no toda tu vida, por qué te despiertas y miras y ves y entiendes y finges que dejaste ir, que dejaste ir, que realmente olvidaste, que me olvidaste?

¡Deberías ser recompensado, en Suecia, en Hungría, en Marruecos, en Tailandia, con un frente frío de espinas y robles! ¿Cómo pudiste olvidarme? Y te lo pregunto como si fuera una hazaña, pero es porque para mí sería, una hazaña digna, pero reacia a la profecía y desmiente el olvido, la epifanía, anula los años, la tristeza, la ronquera, el empuje del frío hasta el desván del anochecer, donde pasé todas las estaciones del año, de la vida, del miedo inhumano, de cada momento sin ti,  de cada una de tus ausencias, de estar solo, solo yo, en la tormenta que se hizo cuando no supe verte partir, cuando en mí, todas las cosas se rompieron y sin embargo, Te vi quedarte, congelado, lento, vigilado, amurallado en el desván de mi abismo. Te creé un jardín, un bosque, un océano, te creé mil y te vestí con la ropa de miles de personajes y cuando iba a desnudarlos, ninguno de ellos eras tú, un cinismo desesperado, el de no ser tú, Te perdí en el desván, Te perdí en el sótano, Te perdí en la habitación, Te perdí en las sombras, en las estrellas de la noche, Te perdí y nunca supe encontrarte, nunca viniste a buscarme,  Nunca, nunca viniste a mí como la espuma del mar. en los bancos a los que me llevaste, sin llegar a recogerme. Y yo, en sueños y pesadillas, te arrastré, y las imágenes, las fotos escondidas entre los libros, perdí los folletos de los nombres de los libros en los que te escondí, en la Rua do Sol, en Gravels, en Rua do Almada, en Eduardo Santos Silva, en cualquier camino, en cualquier río, en todas las orillas y en resmas de páginas,  en libros separados y sin interés, en estanterías diferentes a las mías, te perdiste en la angustia, Como si temiera volver a verte, como si temiera mirarte una vez más y romperme el corazón, como ya lo habías hecho, te escondí de mí, para que no te atrevieras a dejar que el tiempo te robara de nuevo. Y me hizo tragarme las máscaras de los personajes donde no entrabas, donde no encajabas, ni siquiera sabías cómo hacer eso, encajar los personajes, y yo recibía tantas bofetadas de mi inteligencia, de mi incredulidad, de mi falta de paciencia de no saber olvidarte. Un día, estamos en la playa, al siguiente, la playa está dentro de nosotros. Un día amamos con locura, pero al siguiente, el amor nos devora, nos traga, nos quema hasta volvernos locos. Y en esos días, la receta, el almíbar, el té, la absenta es cerrar los ojos, respirar hondo. Estrabismo falso. Rasga velos y detona cañas, destrona reyes y amenaza triunfos. Cálmate en el rugido del mar. Y sin escuchar al mundo, las olas, la brutalidad de las olas rompiendo contra las rocas, sin siquiera permitir que el aire del mar te maree, es ir dentro de ti mismo, donde solo tú existes y puedes volver a recorrer las estanterías, mirar en todos los libros, las imágenes que escondiste y mirar a la cara el tormento que alimentaste, mirar a la cara la tortura que viviste, mirar y entender por qué lo hiciste, y sin discutir demasiado,  perdonar Sobre todo, tú mismo y quema las imágenes en una pira, aborta lo que te hizo daño, porque no todo el amor del mundo se complace con las expectativas y no todo el amor del mundo puede clavarte y empujarte al juego de la vida como si fuera una fantasía que continúa. Date prisa y ve al recipiente, ve al corazón del dolor, ve a la unidad de control, al encendido, al sótano, ve y dale vitaminas, resistencia, antibiótico, Dale olvido, dale ungüento, estricnina, hazle tragar moho y viento, inyéchale más amor, vamos, dale un empujón más, vuélvete loco y bésala la boca, quema la mierda de la fotografía, de la espera, de la liturgia, de la sinfonía arrastrada, de sentirse no amado, cornudo, póngale la motosierra en la garganta, o mátalo de sed, de la suerte que es rara y negra pero dánle,  ¡Urgente, de este aguardiente, de este experimento con el que te mató! Enfriamiento de las turbinas, cuenta regresiva, tres, dos, uno, mañana no te acuerdas de nada!


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