MI COMPATRIOTA Y SU TRISTE Y BELLO LIRISMO

 


La madre de Joaquim Vasconcelos (Teixeira de Pascoaes) era hermana de mi bisabuelo. Carlota Guedes. El padre de Joaquim era el Sr. Vasconcelos. Las vidas de algunos de mis antepasados entran en una espiral de humo y niebla y siento cierta tristeza de que la historia no se cuente, no se revele, no se integre. Siempre me faltan piezas del rompecabezas, por lo que mi tristeza está anclada en un nivel al que no tengo acceso directo. Me pregunto por qué se ocultan las piezas tristes o menos felices, si al integrar el todo, todo se disuelve y se reintegra, se reordena y llega a su lugar. Nunca seremos completos sin el pasado, nunca estaremos completos sin la esperanza del futuro. ¿Y qué importa una naranja en el árbol de la vida? Importa, aprende que importa, una sola naranja, incluso cuando no ha nacido, Incluso cuando su savia se interrumpe, importa, porque le dio lágrimas al árbol, porque en un momento determinado creó expectativas, agregó arrugas, colgó sueños, alimentó sartas de átomos, de moléculas que forman parte del todo. Así es y así será siempre. Nuestra vida comienza incluso antes de soñar, un suspiro, una paja en el ojo, un gemido en las escaleras, nuestras piernas y brazos abrazando otro cuerpo, nuestras colas congeladas en la humedad de la piedra, , una cortina que se abre y dos ojos que se petrifican, una boca que grita un ay y que estalla, terminando congelando un momento de alegría, un vientre que se suspende en la agonía, el miedo y la tristeza, una erupción de oscuridad, en un pueblo, en una sociedad tristemente nacida, en un tiempo lleno de viscosidad y apariencias, y huye a la agitación urbana,  ese torso, su mirada desnuda, sus nalgas pellizcadas, el vientre que genera sin saberlo, sin siquiera sentirlo, y de repente un vientre que crece y genera un ser que, incluso interrumpido, se generó, en el frío calor de las escaleras del pueblo, hasta en las barbas de la sagrada familia, incluso ante Dios, y las cartas que se escriben sin remitente, la carta que se reconoce como irregular,  el frío que le helaba la cara, sus ojos miraban fijamente al espacio, ese espacio en el que lo sostenía en sus manos, a su alcance y ahora, esta nada, una nada hecha de no verlo, ni sentirlo, ni conocer su buena salud, ese dolor en el pecho que es socialmente indecible, unos pulmones débiles de humedad, de fragilidad que no es suya sino suya, para él, que él, donde se le puede encontrar, ese ser más que amado que no sabe que su vida se prolonga en la madrugada que también sucede en la ciudad,  a dónde vas, donde se entrega al opio de los relojes que no paran el tic-tac, tic-tac en el ombligo, tic-tac tic-tac, he aquí, una muchacha o un rodrigo vendrá de allí y será un rodrigo pero nadie se atreve a adivinar lo que dios traerá de ese momento urgente, al fondo de la iglesia de S. Gonçalo, allí donde las trinidades son seculares y hacen que el río haga espuma y crezca en la savia de las mujeres y diga:  Traen buen tiempo en el parto, pero solo Dios y su madre verán su tiempo, , del desgarro de aquella fracción de segundo de esperma, de la cortina de la ventana, en los recortes de los cristales de las ventanas, en el secular arrastrarse de los callejones que él caminaba apresuradamente, que ella huyó en estampida, de las lágrimas furtivas que llenaban los pañuelos bordados, solo Dios y tal vez, su madre no puede ignorar que cuando la arpillera se acerca al fuego,  No hay nada más que Dios para borrarlo. Y qué fuegos se han repetido junto a la sagrada familia, qué bellos y breves y terrenales e inseminadas de lascivia o tristeza, con un abandono de esperanzas que nacieron mucho antes de que esos niños se convirtieran en personas, nacieron en los semblantes que llevan y posponen la vida y se aferran a la noche para perpetuarse. Así es la vida, incluso en los intervalos de la noche, así es en los pueblos, en los oscuros lugares humanos, recorridos, ahora vacíos, donde nos aferramos los unos a los otros, donde escondemos secretos en las piedras, en los árboles, en las ramas, en las zarzas, en las décadas, en los años robados a los cismas que nos quedan, aunque la madre no quiera, aunque el padre no vuelva, aunque la criada no suelte la palabra del habla, aunque la gente cuchichee en la nave de la iglesia, aunque la mala lengua corra por cada uno de los espantosos cerebros de la ignorancia y la mala fama,  Sólo Dios en los intervalos, en la sabiduría, en los falos, en la cama, en las sábanas de cambray, en la casa ahora abandonada, en las ventanas recortadas, en las vidrieras humeantes del tiempo, en el silencio de las piedras que callan, en el silencio, en el silencio que grita, que quiere la tierra que quiere ser sanada, que quiere hablar de lo que se ha guardado, como los corazones sin ropa han sido mutilados, a causa de las multitudes y sus bocas de maldiciones de sangre impura, de la sangre que en cuanto nace se convierte en sangre como todas las demás, llena de pegajosidad y secretos y de gargantas cerradas por los miedos, y de jeringas de tétanos y pulmones lavados en la tuberculosis de, de las sacristías seculares y concretas de las que huyo, refugiándome en las bibliotecas, para erigir la verdad de aquellos tiempos, donde el silencio era la majestad requerida, para agradar a todos y para desagradarse a sí mismos, los corazones de los poetas tienen todavía una bayoneta y una escala de acordes disonantes. Los secretos son los músicos que cumplen los roles de los libros y se mantienen entre fa bemol y do sostenido. 

Mis héroes, mis antepasados, mis seres queridos, es hora de rondar los tendederos, los patios traseros de los rotos, los vientos silenciosos, los males en las campanas de cristal, circunvalar en las sacristías, en los fueros, en los patriarcados inmorales. Shshshshshshsh, el viento susurra la verdad de estos días, ¡incluso si quieren silenciarla! Shhhhsh es hora de erigir tumbas y romper el dolor y la vergüenza, es hora de quitarse la ropa consumida con carcoma y exponerla al viento y al sol, ha llegado el momento de desmantelar el retraso, de dejar que la historia de tus chacales se sonroje de gloria. En los ríos, en los manantiales, en los mares y en las montañas lo encuentras, perdido en medio de dolores desconocidos y en los males del amor que no se podían vivir por razones sociales. 

Una naranja es hija aunque se pudra, es parte de la historia de la vida. Una naranja, un poema, un amor en las escaleras- Ambos han perdurado hasta el día de hoy y ustedes burros lo esconden, la perla de sus vidas en la triste y deshonrosa historia de otros. El viento quiso lavar la fragilidad de las ramas del naranjo y, sin quererlo, solo Dios en la causa lo sabía, se llevó a la bebé naranja, perdida, la promesa de esta vida que no se podía retratar. Shhsh, todos los naranjos lloran e ignoran la boca infame. Es hora de llorar, Pascoaes, para lavar las canastas, que aún no ha terminado la cosecha. Todavía estoy aquí, esperándote, en las escaleras, aquí atrás, junto a la sagrada familia, que permanece conmigo. En un breve tiempo de unas pocas décadas eso se convertirá en siglos. Aquí te estoy esperando, en este hueco de la escalera, con la naranja en el vientre, con el corazón en las manos. Y yo soy Pascoaes, como los otros, Vasconcelos, aunque sin lazos nutridos y hermosos. Yo soy Guedes, incluso en los intervalos de los siglos. E incluso los siglos son cortos. Presta atención a la brevedad de la vida. 

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